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Seres de conciencia: el desafío de una educación humanista

“Todos somos responsables de preservar la esencia humana; por esto todos educamos, en la familia, en la calle, en la conversación cotidiana; también, por supuesto, en las escuelas y en las Universidades. Proteger esta dignidad humana en los niños y en los jóvenes, orientándolos para que superen la tentación de reducir su existencia a otras dimensiones más frívolas e inmediatas, es la tarea de la educación humanista que a todos nos incumbe”.



En el mundo del mercado global que no es solamente un modelo económico sino toda una cultura que guía nuestro modelo de vida, nuestras aspiraciones y nuestros deseos, nuestro trabajo y nuestras formas de descanso, lo que Latapí llama la esencia humana se encuentra seriamente amenazada.
Porque en un mundo en el que todo se ha vuelto una mercancía, incluyendo la vida humana, solamente se valora lo que contribuye a mantener el sistema operando, lo que aporta ideas o proyectos para hacer crecer el mercado, lo que contribuye al crecimiento del Producto Interno Bruto, lo útil, lo aplicable, lo inmediato.
Esta absolutización del mercado que se apodera de todas las dimensiones de la existencia en las sociedades actuales reduce al ser humano a su dimensión de homo economicus y convierte la vida en un ciclo de trabajo-producción-consumo interminable que se basa únicamente en lo que Edgar Morin llama dimensión prosaica de la vida, es decir, en lo que tiene que ver con la supervivencia física y material.
Esta dinámica ha conducido al mundo a la reorientación de los sistemas educativos hacia lo que Martha Nussbaum llama Educación para la renta, es decir, la educación que se centra en el objetivo del crecimiento económico de los países y privilegia por ello la capacitación técnica de personas que sean funcionales a la maquinaria del mercado, excluyendo las artes y las humanidades porque como afirma la filósofa estadounidense, no sirven para nada, excepto para construir un mundo en el que valga la pena vivir”.
Este es el punto clave de la reflexión de hoy, lo que hace que valga la pena vivir en el mundo no es lo que tiene que ver con el consumo de mercancías –mucho menos lo que hace que el conocimiento y la vida misma se vuelvan mercancías- sino lo que conduce a vivir una vida con sentido, una vida que genere felicidad y realización a las personas y comunidades.
Se trata de aquello que tiene que ver no con la búsqueda de supervivencia sino con el deseo profundo de vivir para vivir que experimentamos todos los seres humanos en nuestra interioridad y que se relaciona con la afectividad, la amistad, el amor, la solidaridad, la búsqueda espiritual, es decir, con lo que nos lleva a dar vida, a ayudar a otros a vivir, a encontrar diariamente razones para seguir viviendo y para disfrutar la vida.
Esa es una dimensión fundamental para que la educación sea realmente educación, porque el sistema educativo debe sin duda capacitar para enfrentar con éxito los retos de la parte prosaica de la existencia, preparar para sobrevivir en el mundo complejo, plural e incierto en el que les toca vivir, pero para cumplir cabalmente con su misión, debe también brindar elementos para experimentar y desarrollar la parte poética de la existencia, los elementos que conforman el deseo de vivir humanamente y de hacer del mundo un espacio donde valga la pena vivir.
La dimensión poética de la vida humana es pues una parte fundamental de la educación porque es la parte que tiene relación directa con lo que Latapí llama la preservación de la esencia humana.
Pero esta tarea no es exclusiva del sistema educativo formal, de las escuelas y las universidades sino de todos. Como afirma el padre de la investigación educativa en el país, todos somos responsables de mantener viva la esencia humana y por eso todos educamos. Educan sin duda los padres de familia y las familias completas, educan los medios de comunicación, educan también los amigos y las personas con las que convivimos en la calle y en la plaza, educan los gobernantes, los empresarios, los artistas y todos los ciudadanos.
En el mundo humano, como decía acertadamente el gran pedagogo latinoamericano Paulo Freire, nos educamos todos en comunidad, en interacción permanente y por ello la educación es una tarea cooperativa que implica la corresponsabilidad de todos. Para educar a un niño hace falta la tribu entera, dice sabiamente un proverbio africano.
Educar es en el fondo contribuir a la preservación y al desarrollo de esta esencia humana, colaborar en el desenvolvimiento de todas las dimensiones que constituyen lo humano. Por ello toda educación debería entenderse como educación humanista.
“Humanismo es la corriente de pensamiento que valora y subraya lo específicamente humano…” dice Latapí en el mismo discurso citado en el epígrafe de esta educación personalizante.
En su reflexión, el gran investigador educativo plantea algunos elementos fundamentales que conforman lo específicamente humano que debe preservar y desarrollar una educación humanista.
Estos elementos plantean todo un programa pedagógico que habría que incluir de manera explícita en el nuevo modelo educativo mexicano que entrará en vigor el próximo ciclo escolar y que se define como un modelo humanista.
Dice Latapí que humanos y sólo humanos son: la conciencia que tenemos de nosotros mismos como personas y como especie que nos hacen seres históricos, la capacidad de nuestra inteligencia que nos lleva a crear ciencia y a aventurarnos a lo desconocido, la convicción de que toda persona posee una dignidad especial que la hace fin en sí misma por lo que no puede ser reducida a medio, ni instrumentalizada o esclavizada por otros;
el orden del derecho que construye normas y valores para proteger esa dignidad inalienable; la capacidad de “…concebir la existencia como destino, con principio y fin, con sentido y realización…”; el libre albedrío que nos hace distinguir entre el bien y el mal, lo que constituye el orden moral exclusivo de nuestra especie; el arrepentimiento que nos ennoblece, “…el fracaso que podemos convertir en triunfo y la capacidad admirable de reconstruir una y mil veces nuestro destino fracturado…”; la esperanza que nos distingue de todos los demás seres de la naturaleza; los símbolos y el arte, la creatividad estética y la cultura que nos lleva a humanizar la naturaleza; las letras y la filosofía, la imaginación y el sentimiento, el amor que nos construye, lo trágico y lo heroico; el sentimiento de necesidad de lo trascendente, la fe y el misterio “…percibido no desde la perspectiva del orgullo…sino como humilde aceptación de realidades superiores que nos envuelven…”
Todo esto dice Latapí es lo específicamente humano y es por tanto lo que debe ser preservado en las nuevas generaciones “…orientándolos para que superen la tentación de reducir su existencia a otras dimensiones más frívolas e inmediatas…” como las que parecen tenerlos atrapados hoy en el mundo del mercado, el consumo y la apariencia.
Ojalá podamos asumir este reto porque como dice el mismo autor: “Nada debe hacer que olvidemos que las universidades…” y las escuelas añado yo, “…son, antes que nada, para formar hombres completos, hombres de conciencia, que busquen el significado de las cosas, que piensen con independencia y tomen decisiones responsables…”



Autor:Lado B Fuente:https://ladobe.com.mx/2018/05/seres-de-conciencia-el-desafio-de-una-educacion-humanista/